Dinastía I (2920-2770 adne)

 La Dinastía I egipcia vio crecer la emergencia de una tierra unificada desde el Delta hasta la primera catarata en Asuán, una distancia de unos mil kilómetros a lo largo del valle del Nilo.
Aquellos años memorables que dieron a los egiptólogos el primer vislumbre del periodo predinástico también les puso cara a cara por primera vez con las primeras dinastías, que comenzaron alrededor del año 3.000 aC. El pionero en este campo fue E. Amelineau, un académico copto sin ninguna experiencia previa en excavaciones. Con la ayuda de fondos de origen privado comenzó sus trabajos en Abydos en 1.895, trabajando hacia el oeste hasta que llegó a una zona baja del desierto conocida como Umm el-Ka’ab “Madre de los Pucheros”, debido a los innumerables restos de cerámica que cubrían su superficie. En este remoto punto, a una milla de distancia de los cultivos, se encontró con un cúmulo de tumbas-pozo de ladrillo que luego se probó que habían pertenecido a los reyes de las Dinastías I y II. De acuerdo con sus cuentas, había dieciséis, y, por lo que pudo comprobar, los nombres reales eran todos del tipo “nombre de Horus”, sin corresponderse ninguno con los nombres dados por Manetón o las listas reales, por lo que concluyó que estos nuevos reyes eran aquellos “Seguidores de Horus” de los que el Canon de Turin decía que eran los predecesores de Menes (el supuesto primer rey del Alto y el Bajo Egipto Unificados), y a quienes Manetón describía como Semidioses de Manes. Un estudio más exhaustivo por filólogos competentes descubrió rápidamente este error. La excavación de Amelineau fue muy mal conducida y muy mal publicada, y fue una suerte cuando, en 1.899, Flinders Petrie obtuvo permiso para investigar el sitio una vez más. Los resultados enormemente gratificantes de su trabajo se hicieron accesibles muy rápidamente en las muchas memorias publicadas por el Fondo de Exploración de Egipto (Egypt Exploration Fund- EEF). Se encontraron con que el cementerio fue tristemente muy devastado antes de que Amelineau añadiera aún más confusión al lugar. Las tablas de madera quemada de las tumbas y el enorme número de fragmentos rotos fueron localizados y expoliados por los cristianos coptos de los siglos V y VI. A pesar de estas desventajas, Petrie fue capaz, haciendo planos de las tumbas, de recobrar una gran cantidad de objetos importantes, incluyendo vasijas de piedra inscritas, sellos de jarras, tabletas de marfíl y ébano, así como numerosas estelas de imponente tamaño magníficamente talladas.
Mientras tanto, académicos de toda Europa se marcharon a trabajar con las inscripciones que había encontrado antes Amelineau. Entre los primeros en reconocer la presencia de restos de las que Manetón llamaba las Dinastías I y II fueron en Inglaterra Griffith y en Alemania Sethe. Un artículo que hizo época, escrito por Sethe en el 1.897, prestaba especial atención al hecho de que en algunos casos el “Nombre de Horus” del rey iba acompañado por otro nombre que se introducía con el título de “Rey del Alto y el Bajo Egipto”, o se acompañaba por este nombre y otro con el título de las “Dos Señoras”. Eran estos nombres secundarios los que se correspondían con aquéllos que se encontraban en las listas reales de la época ramésida y en la Historia de Manetón. Así, el Usaphais a quién Manetón coloca como quinto rey de la Dinastía I (y que se correspondería con Den) se encontró en un grupo de jeroglíficos que se leían probablemente como “Zemti”, mientras el sexto rey de la lista de Manetón (que se correspondería con Anedyib), Miebis, se escribió como Merpibia. El séptimo rey (correspondiente con Semerjet), el Semempses de la lista de Manetón, aparece como una figura sacerdotal que sujeta en la mano un bastón corriente en Umm el-Ka’ab y un bastón ceremonial en la lista de los reyes de Abydos; mientras el octavo y último rey de la Dinastía, llamado Qa’a según su Nombre de Horus y que también podría ser su nombre personal, se correspondería con el Kebh de la lista de Abydos y el Canon de Turin. Es necesario decir que se asume que la lista de los reyes de la Dinastía I incluiría a Narmer, Aha, Dyer, Dyet, Den, Anedyib, Semerjet y Qa’a, aunque muchas listas actuales colocan a Narmer en la Dinastía 0 anterior a la unificación, con lo que sólo habría siete reyes durante la Dinastía I -según esas otras listas. La secuencia histórica de los cuatro primeros reyes fue afortunadamente confirmada por dos vasos de piedra incisos que fueron descubiertos muchos años después. Debemos decir que la transcripción de los jeroglíficos pertenecientes al periodo más temprano es algo realmente dificultuoso, ya que los propios académicos los suelen escribir de modos muy diferentes. Así nos encontramos con que el cuarto rey, el que se suele llamar Dyet, aparece como Zet en los textos de Petrie, igualando claramente a su portador con la diosa cobra, cuyo nombre probablemente sonaría algo así como “Edyo” más que como indican otros (”Uadyi”). Y si para el quinto rey Petrie da el nombre de Den, Sethe se refiere a él de otra forma que también es muy aceptada en general: Udimo, que significa “el vertedor de agua”, es así porque se trata de un nombre que ofrece mucha especulación, y parece mejor mantener los valores usuales de los dos signos alfabéticos con los que el nombre está escrito (aunque lo más probable es que en la época pudiesen leerse o significar algo totalmente diferente).
Los problemas que causan los cuatro primeros reyes de la Dinastía I, con Menes a la cabeza, son de solución bastante difícil y demandan una perspectiva mucho más amplia de la que se necesita para los cuatro últimos. Aquí debemos mostrar algunos datos sobre algunas de las excavaciones anteriores a los decisivos descubrimientos de Petrie en Abydos. En 1.897, el compañero de Petrie, J.E. Quibell, estuvo excavando en El-Kab, un importante yacimiento en la orilla este del río Nilo que se encuentra al norte de Edfú. La diosa local de este lugar era el buitre Nejbet, que junto a la diosa cobra Uadyet de Buto en el Delta proveían al rey con el título de “Las Dos Señoras”. Viendo la gran antigüedad de este título se esperaba un gran descubrimiento, pero los resultados que obtuvo Quibell fueron decepcionantes. Lo más importante, de todos modos, fue el éxito que le esperaba al año siguiente en Kom el-Ahmar, cruzando el río. Se conocía este lugar en la antigüedad como Nejen y era mencionado en varios títulos oficiales del Reino Antiguo, además de como lugar de culto principal del dios halcón Horus. El gran premio fue la famosa paleta de Narmer. Se necesitó muy poco estudio para reconocer este objeto como vínculo indisputable entre el periodo Predinástico Tardío y los primeros momentos del Dinástico Temprano. El material, el diseño, y los sujetos de la paleta nos son ahora muy familiares, además de que nos encontramos con el Nombre de Horus de Narmer, haciendo una aparición temprana en Umm el-Ka’ab. Los otros restos que nos han llegado de él son las ofrendas votivas que se encontraron en el templo de Hierakónpolis.



Una de las cosas encontradas más interesantes durante este periodo fue una impresionante y gran cabeza de maza rota, hecha de caliza dura y que contenía escenas incisas atribuídas a un líder que se conoce en la actualidad como rey Escorpión. La escena principal es ceremonial, como en muchos de los restos encontrados pertenecientes a la Dinastía I, y tiene como figura central al rey que sujeta con ambas manos a un individuo. Esta figura lleva una túnica sujeta sobre su hombro izquierdo y una cola de toro, un atributo común entre la realeza, sujeta alrededor de la cintura, sobre el fajín. Sobre su cabeza lleva la corona del Ato Egipto. Son de gran importancia histórica las representaciones que hay registradas en la parte superior. Aquí vemos una procesión de estandartes militares sobre los emblemas de varios nomos o provincias, incluyendo los de Min y el animal de Seth. Atado a cada estandarte por una cuerda, que pasa alrededor de su cuello, hay unos pájaros muertos o casi muertos. Mirando en la dirección contraria, hay otra procesión de estandartes que tienen arcos atados de forma similar, pero sólo se conserva completo uno de los estandartes. El significado general es claro: el rey Escorpión reclama victorias sobre los Nueve Arcos, que se refieren a las gentes variadas que se encontraban dentro y en los límites de las fronteras de Egipto, y también sobre una parte posteriormente mencionada de la población egipcia conocida como los Erjeye o “la gente-chorlito”, sobre los que muchos egiptólogos creen que fueron subyugados por los habitantes del Delta. Es importante hacer notar que, de todas formas, a pesar de la gran cantidad de victorias de las que Escorpión hace alarde, no se muestra en ningún momento como rey de un Egipto unificado.
Ese honor fue reservado para Narmer, quien en un lado de su paleta lleva la Corona Blanca del Alto Egipto, mientras en la otra, así como también lo hace en una cabeza de maza de casi igual importancia, ha asumido la Corona Roja del Bajo Egipto; aparentemente es el primer monarca en hacerlo. Es precisamente este hecho el que justifica la creencia de que Narmer fue el mismo Menes. No es necesario comentar escenas que se explican a sí mismas, pero dos rasgos de la paleta son demasiado interesantes como para no decir algo sobre ellos. A la derecha de la figura de Narmer con el brazo levantado para golpear al enemigo al que tiene sujeto por la coleta hay un enigmático grupo de emblemas combinados como una sola unidad. Está claro que todavía no se había desarrollado el poder de escribir frases completas. Lo máximo que podían hacer era exhibir un complejo de dibujos que el espectador podría traducir a palabras. Que el halcón de Horus representa a Narmer es evidente, y la cuerda atada a la cabeza del enemigo barbado y que el halcón lleva sujeto tampoco necesita comentarios. El objeto parecido a un cabezal del que sobresale la cabeza del prisionero es obviamente su país nativo, y ahora se supone que las seis plantas de papiro creciendo representan al Bajo Egipto, del que el papiro es símbolo. Así que el complejo entero podría significar “El dios-halcón Horus (Narmer) tomó cautivos a los habitantes del País del Papiro”. Tal vez no sea fantasioso interpretar el aparato que ocupa la mitad de la sentencia como símbolo de la unión de las dos mitades de Egipto. Los dos felinos de cuello largo parecen contenidos por su lucha con el hombre barbado que está junto a ellos. Arriba sobre la imágen, Narmer como rey del Bajo Egipto, es visto inspeccionando los resultados de su victoria. Frente a él están los estandartes de su confederación y hay un barco que parece haberle llevado al sitio donde decapitó a los enemigos que todavía están yaciendo allí. Así esta paleta votiva expléndidamente concebida y ejecutada, puede ser razonablemente entendida como conmemorativa de los hechos sobre los que creció la fama de Menes como fundador de la monarquía faraónica.
Sin embargo, la identidad de Menes continúa siendo sujeto de la controversia académica, y está bien repasar las razones que ya se avanzaron antes. Entre los sellos de jarras descubiertos en Umm el-Ka’ab hay una enla que los signos “mn” sin título precediéndoles se encontraron inmediatamente tras el Nombre de Horus Narmer, y esto se ha tomado como una prueba de que Narmer y Menes son el mismo individuo. Razones similares parecen igualar al Horus Dyer y al Horus Edyo (Dyet) (el Zet de Petrie, el rey Serpiente) con los reyes llamados Iti e Ita en la lista de Abydos. Desafortunadamente, como apuntan tanto Griffith como Sethe, el mismo argumento nos ha proporcionado dos nombres distintos para el Horus Aha, y ninguno de ellos se encuentra en las listas de reyes, y hay otras objeciones del mismo tipo. Consecuentemente, este criterio no se toma demasiado en serio, aunque esto no prueba que Narmer no haya sido Menes. De más interés es la tableta de marfil que fue encontrada por De Morgan en 1.897 en una gran tumba hoyo de Naqada, el escenario de los primeros descubrimientos prehistóricos de Flinders Petrie. No hay ninguna discusión sobre la naturaleza de esta pieza. Se ha etiquetado indicando la fecha y los contenidos de algunas vasijas que servían de receptáculo a lo que contenían. En la fila superior a la derecha del centro está el Nombre de Horus del rey Aha (”El Luchador”), que también se encuentra en sellos de jarras de la tumba y algunos otros lugares. Bajo el serej está el barco en el que el rey se supone que ha sido llevado. En frente se ve un grupo de jeroglíficos cerrados en una especie de cabina o pabellón, y es sobre este grupo que se han concentrado las diversas opiniones de los académicos. No hay duda de que el buitre y la cobra sobre dos signos con forma de cesto constituyen el título de Las Dos Señoras que, como se ha visto, era usado a menudo para introducir los nombres personales de los reyes de la Dinastía I. Es irracional negar, como muchos académicos han hecho, que el jeroglífico que hay debajo sea el que se lee como “mn” o que da el nombre personal de Menes. L. Borchardt fue el primero en reconocer este hecho tan obvio, pero desafortunadamente llegó a la conclusión de que Aha y Menes eran el mismo individuo, una visión aceptada también por Sethe. Consecuentemente se asumió que la tumba de Naqada era la del propio Menes. A esta interpretación hay dos serias objeciones: en primer lugar ignora la estructura tipo pabellón dentro de la que está escrito el nombre de Menes; y en segundo lugar se olvida del hecho de que el jeroglífico de Las Dos Señoras mira aquí a la derecha, en la misma dirección que el Nombre de Horus, cuando la regla universal hace que los signos del Nombre de Horus y el nombre personal del rey se miren el uno al otro. Hay que añadir a estas objeciones el hecho de que este registro superior debería conmemorar algún tipo de evento destacado por el cual el año de fabricación de la tableta debería de ser recordado, y debe concluirse que Aha aquí se muestra visitando algún lugar conectado con Menes.Grdseloff, a quien, siguiendo una sugerencia de Newberry, debemos el haber insistido sobre estos puntos, ingeniosamente cita un pasaje de los Textos de las Pirámides donde el rey es descrito erigiendo las estructuras temporales necesarias para un funeral real, y esta podría ser posiblemente la misma ceremonia mostrada en la tableta. Aquí, entonces, aunque no hay pruebas de que Narmer era Menes, obtenemos finalmente la seguridad de que Menes no era Aha, pero que debió de ser su predecesor. La elección ciertamente recae entre Narmer y Aha, cuyos Nombres de Horus comparten la peculiaridad de mostrar el halcón en una postura agachada y habitualmente descansando sobre una base con forma de bote o barco, en vez de la de los últimos reyes de la Dinastía I que dibujan al halcón en pie y sobre una línea recta en la parte superior del serej. Otro motivo para rechazar la identidad de Aha como Menes es que, si fuesen el mismo, esperaríamos encontrar a Aha mencionado en Hieracónpolis, y allí no hay ni rastro de él. Aquí podemos aludir únicamente a un misterioso rey Kaa (o Qa’a) cuyo Nombre de Horus se encuentra en Umm el-Ka’ab y algún otro lugar, y está escrito al modo arcaico; nadie ha dado su nombre como candidato, y podemos fácilmente desechar esa posibilidad.



Sin embargo, la identidad de Menes continúa siendo sujeto de la controversia académica, y está bien repasar las razones que ya se avanzaron antes. Entre los sellos de jarras descubiertos en Umm el-Ka’ab hay una en la que los signos “mn” sin título precediéndoles se encontraron inmediatamente tras el Nombre de Horus Narmer, y esto se ha tomado como una prueba de que Narmer y Menes son el mismo individuo. Razones similares parecen igualar al Horus Dyer y al Horus Edyo (Dyet) (el Zet de Petrie, el rey Serpiente) con los reyes llamados Iti e Ita en la lista de Abydos. Desafortunadamente, como apuntan tanto Griffith como Sethe, el mismo argumento nos ha proporcionado dos nombres distintos para el Horus Aha, y ninguno de ellos se encuentra en las listas de reyes, y hay otras objeciones del mismo tipo. Consecuentemente, este criterio no se toma demasiado en serio, aunque esto no prueba que Narmer no haya sido Menes. De más interés es la tableta de marfil que fue encontrada por De Morgan en 1.897 en una gran tumba hoyo de Naqada, el escenario de los primeros descubrimientos prehistóricos de Flinders Petrie. No hay ninguna discusión sobre la naturaleza de esta pieza. Se ha etiquetado indicando la fecha y los contenidos de algunas vasijas que servían de receptáculo a lo que contenían. En la fila superior a la derecha del centro está el Nombre de Horus del rey Aha (”El Luchador”), que también se encuentra en sellos de jarras de la tumba y algunos otros lugares. Bajo el serej está el barco en el que el rey se supone que ha sido llevado. Enfrente se ve un grupo de jeroglíficos cerrados en una especie de cabina o pabellón, y es sobre este grupo que se han concentrado las diversas opiniones de los académicos. No hay duda de que el buitre y la cobra sobre dos signos con forma de cesto constituyen el título de Las Dos Señoras que, como se ha visto, era usado a menudo para introducir los nombres personales de los reyes de la Dinastía I. Es irracional negar, como muchos académicos han hecho, que el jeroglífico que hay debajo sea el que se lee como “mn” o que da el nombre personal de Menes. L. Borchardt fue el primero en reconocer este hecho tan obvio, pero desafortunadamente llegó a la conclusión de que Aha y Menes eran el mismo individuo, una visión aceptada también por Sethe. Consecuentemente se asumió que la tumba de Naqada era la del propio Menes. A esta interpretación hay dos serias objeciones: en primer lugar ignora la estructura tipo pabellón dentro de la que está escrito el nombre de Menes; y en segundo lugar se olvida del hecho de que el jeroglífico de Las Dos Señoras mira aquí a la derecha, en la misma dirección que el Nombre de Horus, cuando la regla universal hace que los signos del Nombre de Horus y el nombre personal del rey se miren el uno al otro. Hay que añadir a estas objeciones el hecho de que este registro superior debería conmemorar algún tipo de evento destacado por el cual el año de fabricación de la tableta debería de ser recordado, y debe concluirse que Aha aquí se muestra visitando algún lugar conectado con Menes.Grdseloff, a quien, siguiendo una sugerencia de Newberry, debemos el haber insistido sobre estos puntos, ingeniosamente cita un pasaje de los Textos de las Pirámides donde el rey es descrito erigiendo las estructuras temporales necesarias para un funeral real, y esta podría ser posiblemente la misma ceremonia mostrada en la tableta. Aquí, entonces, aunque no hay pruebas de que Narmer era Menes, obtenemos finalmente la seguridad de que Menes no era Aha, pero que debió de ser su predecesor. La elección ciertamente recae entre Narmer y Aha, cuyos Nombres de Horus comparten la peculiaridad de mostrar el halcón en una postura agachada y habitualmente descansando sobre una base con forma de bote o barco, en vez de la de los últimos reyes de la Dinastía I que dibujan al halcón en pie y sobre una línea recta en la parte superior del serej. Otro motivo para rechazar la identidad de Aha como Menes es que, si fuesen el mismo, esperaríamos encontrar a Aha mencionado en Hieracónpolis, y allí no hay ni rastro de él. Aquí podemos aludir únicamente a un misterioso rey Kaa (o Qa’a) cuyo Nombre de Horus se encuentra en Umm el-Ka’ab y algún otro lugar, y está escrito al modo arcaico; nadie ha dado su nombre como candidato, y podemos fácilmente desechar esa posibilidad.
La unanimidad con que las autoridades posteriores proclaman a Menes como el primero de los faraones recibe una confirmación virtual desde la famosa Piedra de Palermo. La fila superior da los nombres escritos de un número de reyes fantásticos de los que no hay ninguna confirmación posible que ofrecer, ni ningún tipo de información. No hay duda de que la segunda línea comienza con Menes, aunque la parte que lo menciona se ha perdido. La analogía de los otros dos reyes de la Dinastía I grabados en el gran fragmento que se encuentra en El Cairo muestra ciertamente que en ambos casos se encuentra el Nombre de Horus y el nombre personal, presumiblemente acompañados también por el nombre de sus madres. Los espacios para los años bajo el encabezado atribuyen a cada año de reinado lo que se consideraba un evento memorable, por lo que el cronista de épocas tan remotas debió dejar volar bastante su imaginación. Puede ser interesante saber que la unificación de las Dos Tierras está explícitamente mencionada, ya que se trata del momento que marcó el inicio de la historia humana a ojos de los egipcios. Un recuerdo de este hecho se encuentra bajo las palabras: “Unión del Alto y el Bajo Egipto; rodeando la(s) muralla(s)” de la Piedra de Palermo y así se caracteriza el primer año de reinado de cada rey. Esto hace referencia claramente a la ceremonia que lo legitimizaba como descendiente del fundador de su línea. Las murallas aluden aquí a las murallas de Menfis, cuya fundación es atribuída a Menes por Herodoto, y con alguna confusión también por Diodoro. También la Piedra Rosetta, refiriéndose a Menfis, habla de las ceremonias costumbristas realizadas allí por el rey para asumir su alto oficio. Así el traslado de la residencia real desde algún lugar del sur a esta admirable posición situada en el ápice del Delta debe ser vista como una consecuencia directa del establecimiento del doble reino. Los otros actos importantes atribuidos a Menes por Herodoto han sido discutidos por Sethe con gran ingeniudad. Son: la creación de un gran dique que protegía Menfis del aluvión de la crecida del Nilo, y la construcción del Templo de Ptah al sur de los muros fortificados. La confirmación de este último evento se muestra en una paleta de la Dinastía XIX que menciona a Ptah de Menes. Otros hechos que conectan a Menes con Menfis no pueden ser enumerados aquí, por no disponer de fuentes.
La importancia de esa gran ciudad de la Dinastía I que fue Menfis, ha sido subrayada por las excavaciones que se han conducido hasta el borde del desierto occidental unas tres millas más al norte. La larga línea de mastabas de ladrillos desenterradas por W. B. Emery desde 1.935 difieren de las que Petrie encontró en Abydos por su mayor complejidad, y además son casi el doble de grandes. Su estructura como se descubre en los planos, así como en los objetos inscritos encontrados en ellas, las sitúa a todas como pertenecientes a la Dinastía I, con la más antigua datada en el reinado de Aha. Es visible un desarrollo rápido, pero que deja los rasgos principales inalterables. Un gran rectángulo de ladrillos, mostrando el característico panelado de fachada de palacio en el exterior, encierra un número de cámaras sepulcrales que tienden a ser más profundas a lo largo del tiempo, y al que se llega por una escalera descendente que comienza en o cerca del muro que cierra el complejo. En los ejemplos más tempranos no hay conexión entre los compartimentos, por lo que los objetos debían de ser almacenados allí antes de que la superestructura fuese añadida. Hacia el final, los compartimentos desaparecen y son reemplazados por una cámara sepulcral de mayor tamaño. Los suelos y techos son de madera, y en algunos casos se usa algo de piedra. A veces los muros exhiben patrones geométricos pintados sobre ellos.
Para el historiador el punto a ser remarcado es la homogeneidad de los restos en ambas partes del país. Arquitectónicamente hay ciertas diferencias entre el norte y el sur, la más grande, tal vez, sea la ausencia del panelado tipo fachada de palacio en Abydos, aunque está presente en la gran tumba de Naqada. En ambas áreas hay mucha variación entre las distintas tumbas. En todos los demás aspectos arqueológicos, la similaridad es patente y se aplica tanto a los muebles como a las vasijas de piedra, las herramientas, y las tabletas o etiquetas usadas para la datación. En los sellos de las jarras la similitud es particularmente aparente. El mismo patrón y las mismas combinaciones de jeroglíficos se encuentran tanto en Menfis como en Abydos. No podría encontrarse mayor testimonio de la unidad de las tierras que éste. También hay evidencia de costumbres idénticas que tienden a corroborar la conexión con la cultura mesopotámica. Muchas de las grandes tumbas están rodeadas por largas líneas de pequeñas cámaras funerarias contiguas unas a otras, y los contenidos de éstas atestiguan la inmolación de sirvientes o de otras criaturas vivas para acompañar a su señor en el Más Allá. En una de las tumbas de Emery en Saqqara Norte atribuída a la reina Meryneith se encontraron varios esqueletos de adultos en la misma posición contraída y todos mirando a la misma dirección. Emery nos decía:
“No se ha encontrado rastro de violencia en los restos anatómicos, y la posición de los esqueletos en ningún caso sugiere ningún movimiento tras el entierro. Parece probablemente que cuando esta gente fue enterrada ya estaba muerta y no hay evidencia de que hubiesen sido enterrados vivos. La ausencia de marcas de violencia sugiere que fueron envenenados antes del entierro.”
Emery va más allá diciendo que algunos de los objetos encontrados en estas tumbas intactas sugieren profesiones definidas, y nos habla de la presencia de modelos de barcos en un caso y en otro de un cincel de cobre contenido en un vaso de alabastro. En Abydos las correspondientes tumbas subsidiarias contenían estelas bastas que contenían nombres personales algunas veces acompañadas por jeroglíficos indicando sexo, condición, o cosas similares. Muchos de los ocupantes eran mujeres. Algunos son cautivos de guerra y hay bastantes enanos e incluso algunos perros. Un título encontrado a menudo en cilindro-sellos parecen mostrar que algunos de los enterrados tenían un rango superior, y para un caso que es más remarcable todavía entre los encontrados por Emery, una estela imponente lleva el título claramente perteneciente a un personaje de gran distinción. Todos estos casos son fechados durante el reinado de Ka’a (Qa’a).
A la vista de esta información sobre gente que en el mejor de los casos eran subordinados es tentador pensar que cierto conociento concerniente a aquéllos en cuyo honor sus vidas eran sacrificadas nos es denegado en todos los casos. Sólo algunos sellos de jarras, garabatos sobre vasijas y cosas similares es lo que nos ha quedado como base a nuestras conjeturas. Es de profundo interés, así como lo han sido las revelaciones de Emery, el que se hayan mostrado como algo enormemente inquietante. Los descubrimientos en Abydos convencieron a los académicos de que allí estaba el lugar de entierro de los primeros reyes, y parece que la confirmación les llegaba desde las sentencias de Manetón que decían que los reyes de la I y II Dinastías eran de origen Tinita, ya que el pueblo egipcio de Tjene está cerca de Abydos. Pero ahora, el gran tamaño y magnificencia de la tumbas menfitas ha hecho crecer la sospecha de que esass eran las auténticas  tumbas reales del periodo, y el caso se complica todavía más por la existencia de otras mastabas aisladas no menos importantes, del mismo periodo en Markhan, algunos kilómetros al  sur de Lisht, en Gizah, y más al norte de Abu Roash.
¿Podrían  ser estas tumbas  simplemente las de hombres nobles que mostraban el esplendor de los soberanos de los que eran vasallos? Esta es la inevitable primera impresión que nos dan las inmensas mastabas tipo fachada de palacio, al norte de Saqqara, con las que se abrieron esta serie de descubrimientos. Emery las atribuyó a  un administrador provincial llamado Hemaka, debido a varios sellos de jarras que se encontraron allí. Pero el Horus Den, el quinto rey de la I Dinastía de Egipto,  también aparece en estos sellos de jarras que mencionan al “Portador del Sello del Rey del Bajo Egipto” con un nombre compuesto con el  nombre de la diosa Neith. e encuentra otra vez a Hemaka en conjuncióon con el rey Den en Abydos. No hay sombra de duda en la importancia de este hombre, pero se debe decir de una vez por todas quue todos esos sellos de jarras son inútiles como evidencia de propiedad de una tumba, ya que si hicieron, como solían hacer, el nombre de un rey sólo serviría para datarla correctamente. A modo de ilustración, mencionar de nuevo la tumba en Naqada donde se encotró la tableta de Menes. Esta tumba es sólo una pequeña nimiedad comparada con la que se adscribe a Hemaka, pero es  tres veces más grande que la mayor de las supuestas tumbas reales de Abydos.
La Tumba de Abydos que Petrie atribuyó al Rey Aha es una pequeña e insignificante cámara simple que difícilmete podría ser la suya. En Naqada, los sellos de Horus Aha son numerosos, el serej aparece en solitario algunas veces, pero en algunas ocasiones está acompañado por los jeroglíficos “ht” y en otros casos por tres pájaros idénticos. Como estos pájaros aparecen solos en numerosas jarras de piedra, se ha sugerido que son el nombre del noble propietario de la tumba. Pero hay dos candidatos más plausibles para su propiedad: el primero el mismo Aha, y segundo la Reina Neith Hetepu. El nombre de la reina está escrito de una forma muy interesante. El elemento Hetepu está encerrado en un serej sobre el que están colocadas unas flechas cruzadas que eran la forma arcaica de escribir el nombre de Neith, la diosa de la ciudad del Bajo Egipto Sais. La analogía con el título faraónico de Horus es completa, y encontramos tanto en Abydos como en Saqqara el nombre de otra reina o princesa llamada Meryneith. El elemento “-Neith” en Abydos en los nombres de algunas mujeres sacrificadas, provee una posible conjetura sobre matrimonios diplomáticos que eran arreglados entre las mujeres reales de Sais y el rey conquistador del Alto Egipto. Sin duda, la futura reina era acompañada por otras mujeres como concubinas, a modo de acuerdo, pero esto hace que sea imposible el que la tumba de Naqada fuese de la esposa de Aha, ya que porqué se haría enterrar en un punto tan remoto es algo inexplicable.
Existe la suposición de que la tumba era del propio Aha, aunque al principo se creía que era de Menes. Esto fue mostrado como inverosímil por el descubrimiento de Emery en Saqqara de unas amplias mastabas en las que los sellos mostraban todos el nombre del Horus Aha tanto en solitario como acompañado por los signos “ht” arriba mencionados, o en otros sitios por otros jeroglíficos. Parece que se lee “hijo de Isis”, aunque sería sorprendente que la consorte del dios Osiris fuese realmente nombrada en una época tan temprana. Así que esto muestra bastante firmemente que la tumba de Saqqara es en realidad la de Aha.
Los hechos concernientes a las tres tumbas que han sido presentadas como su lugar de enterramiento han sido discutidos ampliamente, simplemente para mostrar las dificultades con las que sus excavadores se han enfrentado. Las excavaciones de gran éxito realizadas por Emery han traído la luz a no menos de catorce mastabas con fachada de gran palacio, extendidas en línea a lo largo del borde de una zona escarpada, y en todas ellas aparecen sellos de jarra de reyes de la I Dinastía de fechas aproximadas. Aparte de Narmer, sólo Semerkhet (Semempses) continúa perdido, y el gran fragmento de la Piedra de Palermo en El Cairo muestra que reinó no más de nueve años. Emery está convencido de que ha descubierto las tumbas de los otros seis reyes de la dinastía desde Aha en adelante, y como no tenemos razón para pensar que Menes se movió desde el sur para hacer de Memfis sus capital, su hipótesis parece altamente probable. Pero Dyer es mencionado en dos tumbas y Den en cuatro o incluso cinco, mientras que la gran tumba conocida como Giza V parece tan buena candidata como Saqqara para haber pertenecido a Dyet (Edyo), el Rey Serpiente. Se cree, tal vez correctamente, que dos de las tumbas pertenecen a las reinas, y es posible después de todo que la tumba adscrita a Hemaka pueda haberle pertenecido realmente. También es posible que alguna perteneciera a un rico hacendado llamado Sabu, bajo Andyieb, pero no al príncipe Merka durante el reinado de Ka’a (Qa’a). En ninguna de las catorce tumbas hay certeza absoluta. También hay todavía académicos que defienden que Abydos era un auténtico cementerio real, y para ello pueden señalar como prueba a la magníficas estelas de piedra que permanecen en frente de las grandes cámaras funerarias y de entre las que destaca la del Rey Serpiente -que está en el Louvre- como la mejor.
Los egipcios de épocas posteriores creyeron que sus primeros reyes fueron enterrados allí, ya que se colocó en la tumba de Abydos del rey Dyer un gran sarcófago representando al dios Osiris, el prototipo de todos los reyes muertos. La creencia de Emery, de la que aún hay mucho que hablar, es que las tumbas de Abydos son cenotafios puesto que los reyes en teoría poseerían tumbas separadas como Rey del Alto Egipto y como Rey del Bajo Egipto. El que un rey egipcio pudiese erigir para sí mismo dos grandes pirámides, y que incluso pudiera hacerlo en el mismo lugar, se ve en el caso de Sneferu. Para el testimonio escrito de la existencia de estos cenotafios, el lector debería recordar lo que se dice de la Reina Tetisheri. 
Entre los escépticos que dudan de la teoría de Emery H. Kee es el más eminente, y en una revisión va más allá hablando de las demoliciones para evidenciar su tamaño, y muestra que no se puede argumentar nada sobre la presencia o ausencia de tumbas subsidiarias para los subordinados sacrificados. También hace hincapié en la existencia de otros sitios con tumbas idénticas a aquéllas de Saqqara tanto en estructura como en contenidos. El asombroso descubrimiento de cornisas con cabezas de toro modeladas en arcilla, con cuernos de toros reales, alrededor de las tumbas de Saqqara, puede concevirse como indicativo de tumbas reales, pero de los tres ejemplos encontrados, parece que dos de ellas pertenecieron a reinas, y no hay ninguna evidencia de que la tercera perteneciese a un rey.
No podemos dejar de hablar de los hallazgos de Emery sin hacer referencia a la exquisita bellleza de muchos de los objetos que encontró. El trabajo de artesanía y el diseño artístico de las vasijas de piedra superan cualquier cosa que fuese encontrada con posterioridad.  Un extraordinario e inexplicable hecho sobre todas las tumbas tanto de Saqqara como de Abydos es que en todos los casos las vasijas habían sido destruídas a propósito por fuego, mientras que no pasa lo mismo con las tumbas de la Dinastía II.
Los eventos elegidos para las dataciones tanto en tabletas como en etiquetas, y en la Piedra de Palermo, son en su mayoría de carácter religioso. Todos los segundos años vienen señalados como “Seguimiento del Horus” lo que, tanto como Procesión Real por el río o simplemente como ceremonia antigua, nos recuerda aquellos viajes históricos en los que el rey iba hasta el Norte para rememorar la unificación de las Dos Tierras, como muestra la Paleta de Narmer. Allí se nos muestra precisamente al rey llevando todavía la corona del Bajo Egipto, mientras que los estandartes militares que lo acompañan son los equivalentes a los dioses de varios nomos aliados. Una errónea interpretación tardía de esos “Seguidores de Horus” fue mencionada más arriba. Otro tipo de evento totalmente inesperado, que fue evidentemente heredado de los primeros reyes, y que tenía la suficiente importancia como para dar nombre a un año fue a creación de algunas grandes imágenes de culto.  Ésto se puede ver en las formas conocidas como “Nacimiento de Anubis”, “Nacimiento de Min”, etc, donde la palabra “nacimiento” es la consecuencia de la creencia de que las estatuas cobraban realmente vida después de la ceremonia de “Apertura de la Boca” que se había practicado en ellas. La inauguración o las visitas a ciertos edificios parecen haber sido también de importancia para los encargados de nombrar los años; y raramente se mencionan actividades bélicas para tales efectos.
Bajo el reinado de Dyer, el fragmento más grande de la Piedra de Palermo -que se encuentra en el Museo de El Cairo- menciona el “Golpe a Setye”, siendo este último una expresión geográfica que podría traducirse más o menos como “Asia” (en referencia a la zona Próximo-Oriental), y bajo un monarca posterior podemos leer un “Golpe a los Iuntyu” como una designación igualmente vaga para las gentes que vivían al noreste del Delta. Una delicada y excepcionalmente hermosa tableta que se conserva en la colección MacGregor representa al rey Den masacrando a un asiático que se nos muestra como habitante de una zona desértica y arenosa, probablemente en el Sinaí. Los jeroglíficos que lo acompañan son fácilmente legibles y dicen claramente “Primera vez que se golpeó a los orientales”. Más interesante incluso que esta referencia a lo que podría haber sido un simple incidente fronterizo, es la evidencia del rápido desarrollo de los jeroglíficos. Antes del final de la I Dinastía se hizo posible la comunicación esencial de frases completas mediante signos separados.